miércoles, 3 de febrero de 2016

Geografía de las Desdichas I: Las Grandes Explosiones

El recientemente fallecido historiador Julio Arostegui (1939 – 2013) publicó en 1976 un artículo relacionado con el estudio del diario de campaña del voluntario carlista alavés Telesforo Saenz de Ugarte y Goñi (1848). La lectura y posterior análisis de este diario llevaba a Arostegui a realizar las siguientes reflexiones respecto al carácter de la última guerra carlista:

“Reduciéndonos de nuevo a la letra del Diario, se observa que son muy escasas las acciones de guerra de importancia, las verdaderas confrontaciones armadas en las que Ugarte estuviera presente en la campaña. Y es que realmente no las hubo; sólo el sitio de Bilbao en el invierno y primavera de 1874 tuvo verdadera resonancia. Los demás encuentros reflejados en el Diario están tan espaciados en el tiempo, entre la maraña de las marchas y contramarchas, son de tan escasa entidad por el número de los combatientes, que no constituyen ni con mucho el hecho que defina la peculiaridad de un Diario que es precisamente de guerra”.

Para Arostegui, el diario establecía que Telesforo participó en “una guerra regionalizada, localista y rural”. Y puede que razón no le faltase a Arostegui a la hora de concretar algunas de las peculiaridades, que rayando lo anecdótico, definieron este conflicto armado y que le llevaron a titular su artículo como “La Guerra sin Batallas”.

Familias desplazadas por la guerra
Sin embargo la falsa imagen de ausencia de calamidades inherentes a la guerra, sumada a una extendida descripción sesgada y romántica del conflicto, supone que a ojos del espectador actual, el acontecimiento bélico que se vivió en las postrimerías del siglo XIX sea catalogado como un elemento pintoresco y aséptico, y no como una auténtica guerra civil. 

Pero lo cierto es que el combatiente vivió las penurias de las heridas, enfermedades y muerte; mientras que la población civil cohabitó con el hambre, el miedo y los desplazamientos, por no hablar de fusilamientos, represalias, desmanes y toda la retahíla de elementos de penuria que lleva implícito el término “guerra”.

Os propongo realizar un recorrido geográfico e histórico por algunos lugares que se vieron afectados por “elementos de desdicha”, tomando como referencia algunos ejemplos ilustrativos, en este caso, “las grandes explosiones”.

19 de Marzo de 1874: Iglesia de San Juan de Muskiz (Bizkaia)

Nos encontramos en las postrimerías de la que sería una de las batallas más sangrientas de la Guerra Carlista. El impresionante despliegue de fuerza y medios que había realizado el ejército liberal para levantar el asedio de Bilbao, había quedado abruptamente detenido en los campos de Somorrostro. 

La derrota en el intento fallido de asaltar la cima del monte Montaño había tenido un eco internacional, así como drásticos cambios en la jefatura de oficialidad liberal. El anteriormente aclamado Domingo Moriones, cesaba “por voluntad propia” como general al mando de este Cuerpo de Ejército y desde Madrid partía el mismísimo Presidente del Poder Ejecutivo de la efímera I República, el general Francisco Serrano y Domínguez - Duque de la Torre-, para hacerse cargo de las operaciones.

Iglesia de San Juan de Muskiz. Cortesía de J. Mesa
Cualquier idea preconcebida del nuevo general en relación con un “éxito fácil” se fue al traste al contemplar el campo atrincherado que estaba construyendo el ejército carlista en Somorrostro, con fortificaciones a lo largo de la línea de montes y colinas que iban desde las alturas del monte Montaño hasta las faldas de Triano, destacando en el centro de su línea las iglesias de San Pedro de Abanto y Santa Juliana, convertidas en dos fuertes reductos. 

El Presidente-General se dedicó entonces a solucionar los problemas de intendencia que generaba una acumulación de tropas que llegan a los 30.000 efectivos con unas 50 piezas de artillería, así como a definir un plan estratégico que contentase a una opinión pública que clamaba por una victoria rápida y contundente. Con corresponsales extranjeros cubriendo la evolución del frente, Serrano no se podía permitir fallo alguno que hiciera peligrar, no sólo su reputación, sino también el gobierno que encabezaba.

El 19 de febrero de 1874 se encontraba el ejército liberal ocupando la orilla izquierda del río Barbadun, desde su desembocadura hasta las estribaciones del monte Corbera que formaba la derecha de su línea, extendiéndose el ejército por retaguardia siguiendo la carretera hasta la villa de Castro Urdiales que servía como base de sus aprovisionamientos. La actividad era frenética, ya que se estaba gestando un desembarco anfibio que debería flanquear la línea carlista de Somorrostro y lograr el objetivo de liberar Bilbao.

Esa misma mañana Serrano había dado órdenes para subsanar un grave error táctico: el almacenamiento de la municiones y pólvora estaba localizado en la iglesia de San Juan, demasiado cerca del frente y demasiado expuesta. En un comunicado al Ministro de la Guerra en Madrid, Serrano contaba así lo ocurrido:

Momento de la explosión. Tomado de la "Ilustración Española y
Americana"
“Habiendo hecho el enemigo, durante la pasada noche, cinco disparos de artillería sobre la iglesia de Somorrostro situada sobre el Puente, y en la que como edificio el más sólido del pueblo y de mayor cabida se hablan establecido los parques de municiones y provisiones para el ejército, dispuse que después del amanecer se trasladasen la pólvora y municiones a otra casa sólida y más retirada del río y del alcance de los fuegos enemigos. Estando trayendo los carros para el cambio de localización, sin duda por alguno de esos frecuentes e imprevistos descuidos, se ha volado la pólvora de uno de los carros, causando la explosión hasta unos 70 heridos de las clases de tropa, siendo milagroso que el fuego no comunicara a la iglesia. De los heridos hay algunos muy graves y otros leves. De los primeros, y desgraciadamente, morirán algunos”. 

Destaca el comentario, “…frecuentes e imprevistos descuidos…”; es decir, el Duque de la Torre mostraba su malestar por el relajamiento de las conductas marciales, posiblemente fundamentado en la baja moral de su ejército en esos momentos. A ello contribuía la dolorosa derrota del 28 de febrero, sumada a un clima adverso y cambiante, típico del norte en la primavera, así como a la rápida propagación de enfermedades entre las tropas como la disentería o la viruela.

Una descripción más extensa y humanizada la encontramos en el relato periodístico que se realizó para el periódico liberal “La Política”, del cual se hicieron eco otros diarios como “La Discusión”, que en su rotativo del 25 de marzo de 1874 publicaba lo siguiente:

“[…] Sí, amigo mío; hemos tenido una terrible desgracia, que ha causado una penosa, pero de no desalentadora  impresión en todo el ejército. Ya he dicho en una de mis primeras cartas que la iglesia de Somorrostro, situada en la misma orilla del río, estaba destinada a parque y almacén de víveres. Allí se encontraban todas las municiones del ejército, y cerca de aquel inmenso depósito de pólvora, cartuchos y granadas, había caído una de las bombas de los carlistas, que afortunadamente no llegó a estallar. El duque la Torre que desde el amanecer se había trasladado a la orilla del puente, comprendiendo la inminencia del peligro que corríamos todos continuando el parque en aquel punto, dispuso en cuanto ceso el fuego que fuera trasladado todo a un lugar más seguro, puesto que lo había sudo mientras los carlistas no han podido disponer de su mortero, cuya existencia se ha revelado hoy, dejando de serlo desde este instante.

Oficial Mahrueda (o Martienenda).
"Ilustración Española y Americana"
A las ocho, se empezó a trasladar a otro punto las municiones. Ya iban sacados siete carros cuando a punto de marchar el octavo y en el momento en que acudía la brigada de vanguardia del primer cuerpo a hacer su provisión de víveres, sonó una terrible explosión: el carro había volado. Describir lo que paso entonces seria cosa imposible. El carro desapareció por completo, un centenar de soldados fueron lanzados por el aire, y desde luego se comprendió lo horrible de aquella catástrofe.

Pero el estupor que tal desgracia produjo despareció bien pronto al comprender que amenazaba un peligro mayor. El toldo del carro había ido a caer ardiendo sobre el tejado de la iglesia y este comenzaba a arder también. Un momento que se perdiera podía producir la voladura del edificio, con los cientos de quintales de pólvora en él almacenados. Felizmente, el abanderado del batallón de Barbastro, D. Jose Mahrueda con un valor que ha sido la admiración del ejército, subió al tejado, y arrojando tierra el toldo que seguía lanzando llamaradas, evito que el incendio se comunicara al edificio y desapareciera cuanto le rodeaba en algunos kilómetros a su derredor.

El duque de la Torre premió este rasgo de arrojo del alférez Mahrueda concediéndole en el acto el empleo de teniente, y todo el mundo se consagró al remedio de aquella deplorable desgracia. Los muertos eran solo 2; pero los heridos llegaban a los 70, de ellos 26 muy graves. Todos fueron conducidos inmediatamente al hospital montado ya, no lejos de la casa que habitaba el Duque de la Torre, y curados inmediatamente; pero ¡que cuadro tan horroroso el que aquellos infelices presentaban!

Tendidos en colchones colocados en el suelo, aquellos hombre medio carbonizados se hallaban envueltos en lienzos, de tal modo que a algunos de ellos no se les descubría no tan siquiera los ojos y la boca; una abertura practicada en aquella especie de sudarios que los envolvía dejaba paso a la respiración, y era lo único que hacia comprender que aquellas masa inmóviles no era masas de piedra. […]”

Por su parte, la revista “La Ilustración Española y Americana” en su número XII, incluía diversos apuntes y grabados tomados por su corresponsal José Luis Pellicer Feñé (1842 – 1901), añadiendo algunos detalles, cómo el que indica que el carro llevaba “dos grandes cajones de pólvora y no pequeña cantidad de espoletas cargadas y estopines”. También se produce una variación en la transcripción del nombre del abanderado del batallón de Barbastro, que pasa a ser “Sr. Martienenda”.

Más específico en relación con el origen “accidental” de la explosión es la noticia que aparece en el diario “La Correspondencia” del 23 de marzo: “[…] no se sabe si por imprevisión, porque alguno estuviese fumando o por cualquier otra causa, se incendió uno de los carros […]. Un soldado que estaba sobre el carro voló hasta una gran distancia saliendo heridos o contusos de más o menos gravedad 78 […]”.

Extracto del Diario Carlista"Cuartel Real"
del 26 de marzo de 1874
Por su parte el general Jose lopez Dominguez (1829 – 1911), que según indica la anterior noticia, se libró “milagrosamente” de la deflagración, dejó constancia en su libro “Operaciones militares del ejército del Norte (1876)" que las bajas fueron de 8 muertos y 72 heridos.

Por supuesto, también la prensa carlista recogió el accidente, aumentado el número de víctimas. En el “Cuartel Real” del 26 de marzo se cita: “[…] Ellos confiesan que tuvieron setenta entre muertos y heridos, pero persona que lo presenció, dice, que pasaron de ciento cincuenta”.

Esa misma tarde del 19 de marzo, la escuadra y los transportes zarparon en dirección a las playas de Algorta: 27 buques y 9.500 infantes. El 20 de marzo el mal tiempo abortó el desembarco, retornado las tropas a sus bases. Este nuevo contratiempo supuso que los nuevos planes para imponerse a los carlistas pasaran de nuevo por una embestida directa a su línea defensiva en Somorrostro.

Los daños en la iglesia de San Juan de Muskiz no fueron importantes, siendo días después utilizada como hospital tras la sangría originada por este nuevo plan estratégico.

6 de Octubre de 1874: Fábrica de Pólvora de Malkorra (Azpeitia)

Una de las necesidades básicas del entramado político-militar del carlismo en el ámbito vasco-navarro, fue dotarse herramientas suficientes para crear y organizar un “gobierno carlista” en las zonas bajo su control, en conformidad con las tradiciones y pretensiones por las que combatía. Paralelamente a la génesis de este gobierno alternativo, se fueron colocando los pilares para sustentar las necesidades de su ejército, excesivamente dependiente del material extranjero. El control del territorio permitió al ejército carlista hacerse cargo de diversos elementos fabriles, que fueron dotando de armas, proyectiles, cartuchos y pólvora a sus huestes.

Aspecto actual de la ferrería de
Atxubiaga (GoogleMaps)
En no pocas ocasiones se adaptaron algunas de las muchas instalaciones ferronas con las que contaban los territorios históricos a los “quehaceres” bélicos; siendo reformadas bajo la supervisión de ingenieros y militares, y amparadas bajo la cobertura económica de las diputaciones forales carlistas que pagaban a los trabajadores. 

Entre las localidades gipuzkoanas de Azkoitia y Urrestilla, a orillas del Ibaieder, se modificaron las instalaciones de la existente fererría de Malkorra para establecer en ella la primera fábrica de pólvora que funcionó en el territorio histórico; siendo el carismático, Miguel Ignacio Dorronsoro Ceberio (1812 – 1880), a la cabeza de Diputación Foral carlista de Gipuzkoa, el instigador de dicha actividad. Jose Beristain, encargado de llevar los sueldos a los trabajadores de esta fábrica, la describía de esta forma:

“Antiguos sistemas de trabajo. Tres locales dentro de la casa. Seis u ocho grandes recipientes de piedra, para mezclar los polvos. Otros tantos grandes mazos, movidos por máquinas, para hacer las mezclas. Prensa hidráulica, para endurecer los polvos y hacerlos una piedra. Luego se rompía esa piedra, se cernía en cedazos y se separaba lo grande y lo fino. El tercer local, el almacén”.

Dorronsoro no tardó en poner en funcionamiento una segunda instalación destinada a crear pólvora para la artillería, reutilizándose las infraestructuras de la ferrería de Atxuriaga (Atxubiaga) que se situada a escasos 900 metros aguas abajo de Malkorra. Jose Beristain afirmaba que esta segunda fábrica funcionaba con “sistemas nuevos y mejores”.
Circular de la Diputación de Gipuzkoa.
Sistema Nacional de Archivos de Euskadi

Sin embargo, en la tarde del 6 de octubre de 1874 de produjo un grave accidente. Beristain relataba así lo sucedido:

“El sábado (realmente era un martes), a la hora de pagar, fui a Atxuri (Atxubiaga) y que no fuera a Malkorra. Volvía, pues, hacia casa y, estando junto a la Casa de la Misericordia, un estampido terrible. En seguida el segundo, más fuerte, y en seguida el tercero, más fuerte que los otros. La fábrica de Malkorra había explotado. Me acuerdo bien. Fueron tres explosiones. Una mujer que estaba en una ventana de la vecindad dio tres gritos, uno por cada explosión”.

En el momento de la detonación Jose Beristain se encontraba junto la Casa de Misericordia de Azpeitia (antiguo hospital de San Martin de Bustinzuri), distante de Malkorra unos 2 km en línea recta. Jose añadía: “Yo opino que primero se incendió una de las salas, y que luego ardieron las otras dos. No sabemos cómo fue, pues murieron todos los obreros que estaban dentro”.

Extracto del "Estandarte Real"
22 de octubre de 1874
La explosión segó la vida de 13 operarios, muchos de ellos padres familia, dejando un elevado número de huérfanos y viudas. Tres días después se imprimió una Circular por parte de la Diputación firmada por Dorronsoro, relativa a la necesidad de socorro de las familias afectadas por la catástrofe.

Semejante desastre trascendió rápidamente a la prensa de época. Sin bien, en un primer momento los diarios liberales se hicieron eco de una explosión asociándola a la entonces ya operativa fábrica de artillería de Arteaga (Bizkaia), donde algunas fuentes no dudaron en hacer referencia a la posibilidad de un “sabotaje interno”.

No será hasta el 22 de ese mismo mes, cuando la publicación propagandística carlista “El Cuartel Real”, presente una escueta entrada haciendo hincapié en las falacias que se ha vertido sobre la explosión, pero sin aportar más datos sobre la misma.

Aspecto actual de la ferrería de
Malkorra (GoogleMaps)
Posiblemente Malkorra fue reconstruída, al menos parcialmente, ya que a mediados de la década de los 50 todavía se mantenían en buen estado de conservación la presa y canal de derivación, así como una zona ruinosa, que bien podría corresponder a la zona de almacenes. Actualmente, únicamente se conserva la presa que abastecía de agua a la ferrería, que ha sido transformada en un bonito caserío en una planicie vegetal al borde el Ibaieder.  Por su parte, en las últimas décadas del XX, Atxubiaga perdió su presa y su cámara de carga fue transformada en una huerta. El edificio que permanece en pie no cuenta con ninguna señal que indique su viejo uso ferrón o molinero. Ambas estructuras se encentran inventariadas y protegidas como "zonas de presunción arqueológica".

16 de Septiembre de 1875: Villa de Hernani (Gipuzkoa)

Al contrario de Tolosa, que fue evacuada en marzo de 1874, la población de Hernani resistió el asedio carlista siendo defendida por el ejército y voluntarios afines al ideario liberal. A ojos de los carlistas, la villa se transformó en un “molesto centinela avanzado” de Donostia, que imposibilitaba un cerco efectivo sobre la capital del territorio foral, a la vez que impedía a la intendencia carlista trasladar con comodidad mercancías y pertrechos bélicos que llegaban (las más de las veces de contrabando) a la frontera con Francia. 

No tardó en convertirse en un objetivo primordial, especialmente tras la retirada de la línea de Somorrostro y el levantamiento del Sitio de Bilbao el 2 de mayo, que permitió al ejército del Norte carlista disponer de nuevo de material y hombres para acometer este tipo de empresas. El 29 de mayo de 1874, Hernani estaba sitiada y sometida al fuego discontinuo (en función de la provisiones de proyectiles y pólvora disponibles) de la artillería carlista que sitúa sus baterías en los altos de Santiagomendi, Oriamendi, así como tropas destacadas en todas las zonas estratégicas que rodeaban la villa.

Plano de las fortificaciones de Hernani en la última Guerra
Carlista según Juan Antonio Saez Garcia. Tomado de "ingeba" 
Juan Antonio Saez Garcia, experto en el patrimonio militar guipuzcoano, indica que el casco antiguo de la villa, de origen medieval y que mantenía reminiscencias de su pasado amurallado, fue fortificado a conciencia, generando un cierre completo del núcleo urbano antiguo que comprendía las actuales Kale Nagusia y Kardaberaz kalea. Los trabajos de defensa incluyeron muros de mampostería aspillerados y sin aspillerar, diversas baterías artilleras, zonas fuertes, con el aprovechamiento de edificios para formar la cerca mediante el tapiado de puertas y ventanas. Ya en el interior de la población existían algunas calles dotadas de barricadas y tres “tambores.” Además, la iglesia contaba con otros espacios aspillerados, uno en el ábside y otro junto a la Casa Consistorial, que hacía las veces de polvorín. 

El gobernador militar de la plaza era el coronel Jose Braulio Crespo de la Rubia (1820 –  1877), el mismo que se había visto en la obligación de acatar la orden de realizar un “abandono táctico” de la población de Tolosa, dejándola en manos carlistas. 

Jose Crespo de la Rubia. Fondos del
museo de San Telmo
Según se indica en el libro “Refutación que hacen el Ayuntamiento y voluntarios de la invicta villa de Hernani, de las falsas y calumniosas aseveraciones que del señor Peris Mencheta” al comienzo de la contienda la defensa de la villa estaba encomendada a una fuerza de 400 hombres, que aumento sus efectivos hasta los 1.500 en 1875. Entre ellos, 170 “Voluntarios por la Libertad” a las órdenes del industrial hernaniarra reconvertido en militar, Ruperto Erice Murua (Hernani 1845). 

Los soldados se alojaban en las distintas casas de la vecindad, siendo necesario talar, tanto los árboles de las inmediaciones de la villa, como los de los paseos públicos para suministrar leña a las necesidades de la población y de la soldadesca. El asedio, lejos de ser completo, permitía que con cierta periodicidad llegaran convoyes fuertemente protegidos, cuyo avance era duramente hostilizado por las fuerzas carlistas.

A medida que las granadas y bombas iban lloviendo, la villa fue adoptando un paisaje de destrucción. La población “encajó” un total de 8.584 proyectiles carlistas entre el 30 de mayo de 1874 y el 20 de enero de 1876. Este volumen de explosiones afectó de forma notable al casco de la villa; de hecho, se hace constar que de las 174 casas que formaban el núcleo urbano, únicamente 10 permanecieron intactas. Dentro de las tropas regulares se cita la muerte de 45 individuos, 9 “voluntarios”, así como la de 16 civiles, de los cuales 4 eran niños. El total de víctimas, entre muertos y heridos a lo largo de todo el asedio sumaban 357, entre ellos numerosos heridos graves y varios amputados.

En el libro “Memorias para la Pacificación” (1877) del corresponsal Saturnino Gimenez Enrich se hace la siguiente descripción:

Bombardeo carlista a la villa de Hernani. Tomado de "The
Illustrated London News"
“En la habitación en que escribo estos apuntes penetra el aire por todos lados. El techo tiene dos grandes agujeros, por los cuales, á través del piso superior y de las guardillas, se descubre el azul del cielo. Los postigos de las ventanas cuelgan, hechos astillas, que un proyectil los atravesó, llevándose también un trozo de tabique, y después de romper un ángulo de la mesa, que ahora me sirve de escritorio, fué á estallar sobre el pavimento, sobre el cual es difícil hallar un ladrillo sano. Vuelvo la vista hacia otra brecha, y veo enfilando con ella la batería enemiga de Basaun. La casa de enfrente tuvo peor suerte que esta: la mitad de su fachada no existe ya, y sus habitaciones están por completo descubiertas: los individuos de tropa allí alojados, duermen al aire libre como en campo raso”.

[…]Exteriormente no se notan grandes destrozos en la población. Pero por el interior apenas hay casa que no esté perforada de arriba abajo. En la casa de don Manuel Sanchez Salvador, plaza Mayor, núm. 4, solo quedan las paredes exteriores, la escalera y fragmentos de pisos. La recorrí con gran precaución y contemplando, triste e indignado a la vez, tamaños desperfectos. Me asomé con mi amable cicerone el oficial de carabineros señor Usunariz, ayudante del gobernador militar, á la espaciosa terraza del edificio, y mirando desde ella las posiciones de Santiagomendi y Basaun, los carlistas ocultos en las trincheras de Orcolaga nos propinaron una descarga cerrada, obligándonos á retirarnos de aquel sitio.

La casa de Lizárraga es una verdadera criba y esta inhabitable. La Casa de Otaños edificio solariego antiquísimo no se puede visitar sin sentir el corazón oprimido. Sus sólidas y labradas puertas; su altos artesonados; sus robusta crujías; sus espaciosas escaleras; su tradicional hogar, todo está hecho astillas y pedazos, y lo que existe aún en pie, amenaza ruina. 

He visitado una serie de casas y me he cansado de ver ruinas. Entre aquellas citaré las de Cardan, Lizar y Paulada, con la fachada por el suelo y las habitaciones delanteras al raso. Debo hacer mención especial de la del cura Goicochea, presbítero liberal que hizo la guerra de África con los tercios vascongados; en su residencia se han tenido que lamentar tres desgracias: la de un asistente que fué muerto de un casco de granada, en la cocina, y la de dos soldados que fueron heridos en la escalera. El coronel gobernador militar se aloja en la casa del general Barrenechea, construida al estilo moderno y decorada con lujo. Exceptuando dos o tres viviendas las restantes están desmanteladas. El despacho del gobernador permanece por ahora ileso. En el edificio del casino han caído 39 granadas. El lindo palacio de Murúa, en las afueras de la población, al borde del río Urumea, entre un bosquecillo de álamos, tiene por únicos desperfectos huellas de balas de fusil en la fachada. El puente de fábrica sobre el Urumea está cortado y por la noche se sitúa en él una avanzada carlista, que se ocupa en insultar á las nuestras del lado opuesto.

[…] La iglesia principal de Hernani, titulada de la Concepción, está cerrada al culto y convertida en fuerte. La notable y artística portada principal, ocúltase bajo un tambor aspillerado, cuyo techo agujereó una bomba. Los miqueletes, que perennemente se hallan en la torre, no cesan un punto de hostilizar á los carlistas de las infinitas trincheras abiertas en derredor de la villa.

[…] La excelente casa del señor Lopez Tegui destinase á hospital provisional, con 30 camas. Los heridos son enviados a San Sebastian en los convoyes. Al presente no tiene más que uno, que es el asistente del médico militar encargado del hospital, don Antonio Rodríguez. Este dignísimo joven no se ha movido de la villa desde que empezó el bombardeo, pasando instantes de verdadera prueba para atender con verdadera solicitud las múltiples y dolorosas necesidades que se ofrecen”.

Añadía a su descripción de la villa añadía un comentario adicional:

“Otro de los detalles significativos de Hernani es la campana de alarma. Los migueletes apostados en la torre de la iglesia dan la señal, y un vigilante es el encargado de trasmitirla á la población, haciendo tañir la campana que cuelga de una viga ó travesaño en el centro de la calle de Urumea. Algunas gentes cuando oyen la campana, se ocultan por pura fórmula nada más, porque aquí no hay paraje seguro. En un balcón vecino a la campana he visto al celebérrimo loro de Hernani del que tanto han hablado los periódicos”.

En este sentido es de destacar la figura de Manuel Domingo Olaizaola Tellechea, alias “Arano” (1848 -1937) cuya biografía se puede consultar gracias a la labor de recopilación de información de uno de sus bisnietos, Iñaki Garcia de Bikuña Olaizaola. “Arano”, un carpintero por aquel entonces incorporado a los “Voluntarios por la Libertad” de Hernani, se hizo un hueco en la prensa de la época como vigía de la torre del campanario y por sus valerosas acciones por la que fue condecorado en dos ocasiones. Como él mismo indica en una carta manuscrita: 

“Al establecer la Guardia de la Torre fui destinado a aquel penoso puesto y desde el 18 de enero de 1874 presté ese servicio un día sí y otro no sin interrupción hasta el 2 de enero de 1876 en que fui herido de bala al cumplimentar una orden del Sr. Coronel Comandante Militar de la plaza.”

A este teatro de desolación en el que se había convertido Hernani llegó en septiembre de 1875 el soldado Jose Mateo, oficial liberal adscrito al Batallón de Cazadores de Puerto Rico Nº 19. Estas tropas se habían movilizado en relación con las operaciones militares que había desplegado el ejército liberal para liberar de su asfixio a Hernani, y que culminaron con un éxito parcial con la toma del fuerte de Urkabe a principios de septiembre de 1875.  

Estado el batallón ya establecido en la villa, Jose describía así lo ocurrido el 16 de septiembre de 1875:

Ruinas del ayuntamiento de Hernani tras la explosión
 “ […] y a las cinco, ¡hora fatal! Una certera granada, dirigida de Santiago Mendi, entró por una ventana a la Casa Consistorial donde se hallaba el depósito de municiones y la guardia del Principal, reventó en el mismo sitio, donde había varios artilleros cargando proyectiles por lo que voló el edificio quedando sepultados 21 soldados del Batallón, 5 artilleros y algunos paisanos. Entre los escombros de la parte de afuera quedarían también una mujer dos hombres con un buey y un asistente que llevaba la comida a su amo que se hallaba de guardia en Santa Barbara. Todos los habitantes quedamos aterrorizados y sin poder prestar auxilio a los desgraciados; porque los carlistas, oyeron la explosión y vieron las consecuencia y considerando que la plaza estaría llena de gente, no cesaban de enviarnos los proyectiles a pares, de las diferentes baterías que tenían enfiladas a la plaza de manera que estábamos resguardados en los portales de las casas, desde donde oíamos los lastimeros ayes de los que aún quedaban con algún resto de vida, que demandaban auxilio, y sin poder nosotros socorrerlos; hasta que anochecido cesó el fuego, y con mucho peligro, se pudieron sacar algunos cadáveres y otros con vida, aunque mutilados de los más próximos que hallaban a la entrada, durando 6 días esta operación extrayendo miembros de los desgraciados, en descomposición. Otra heroicidad de los defensores de la religión (como ellos decían).

Los primeros cadáveres que se sacaron se les fue a dar sepultura al siguiente día acompañando a este acto el Capellán del Batallón D. Juan Laporta, revestido con la ropa que el acto requería, pero en cuanto salimos por la puerta de la carrera de Urnieta, se apercibió el enemigo del cortejo fúnebre, rompieron el fuego de cañón, contra nosotros; por lo que horrorizados tuvimos que refugiarnos sobre una tapia, y a la desfilada volver al pueblo, suspendiendo aquel acto; hasta que protegidos por la sombra de la noche, pudimos verificarlo. Dios en su infinita bondad, tendrá piedad de tantos desgraciados”.

Reconstrucción del ayuntamiento y estado actual
La prensa de época describió lo ocurrido de manera diferencial en función de su afinidad por lo contendientes. Para los rotativos liberales la explosión se trató de un “incidente casual”, mientras que los carlistas daban respuesta a esas noticias ironizando con la relación entre “incidente casual” y “granada con espoleta”. 

En cualquier caso la explosión dejó un elevado número de muertos y heridos: 27 muertos y 17 heridos, tanto militares, “voluntarios”, como civiles; quedando reducido a escombros el edificio, cuya imagen de destrucción, constituye una de las fotos más impresionantes de la Guerra Carlista.

Tras la finalización de la guerra, la ya “invicta” villa de Hernani fue reconstruida. En 1886 comenzó la reedificación del ayuntamiento siguiendo las directrices del afamado arquitecto hernaniarra Joaquín Fernández de Ayarragaray (1821 – 1900), “que renunciará a cobrar su trabajo aduciendo que se sentía suficientemente honrado con haber tenido ocasión de erigir el nuevo ayuntamiento de su pueblo natal” . 

Actualmente, resulta complicado encontrar algún vestigio de los duros meses que sufrió Hernani bajo el asedio de las granadas; si bien, destacan por su singularidad y por su relevancia simbólica de un episodio fundamental en la historia de Hernani, los proyectiles Whitworth engarzados en la fachada de la casa 41 de la calle Atzietas, cuya localización e historia se describen en el "blog sobre Hernani"

Epílogo

Las tres explosiones produjeron un total aproximado de 130 víctimas entre muertos y heridos, sin distinguir entre militares o civiles, ya fuera almacenando, fabricando o transportando pólvora.

La "Guerra sin Batallas" de la que hablaba Arostegui está sustentada en la falta de confrontaciones directas de relevancia en las que se vio envuelto Telesforo Saenz de Ugarte en su periplo por la última guerra carlista. La "geografía de las desdichas" que aquí se presenta se fundamenta en la toma de conciencia de una realidad que escondimos tras una pátina de romanticismo y épica. "Guerra" con o sin batallas, pero guerra... a fin de cuentas.