viernes, 19 de agosto de 2016

Armamento Carlista: El Cañón Whitworth

Entrada Actualizada: 22/03/2020

¿Estaba mal armado el ejército carlista del Norte durante la última guerra? La pregunta no permite respuestas categóricas, siendo necesario matizar la contestación. Primeramente es necesario tener en cuenta que la última guerra carlista se caracteriza por su componente "moderno": en el campo del armamentístico los avances técnicos habían evolucionado rápidamente dejado inservibles viejas tácticas de lucha y la geopolítica mundial del momento no dudaba en estudiar con detalle cualquier punto de conflicto donde se estuvieran probando las nuevas armas y la nueva forma de concebir la guerra. 

Al estallar la guerra carlista ya se encontraba plenamente desarrollado el concepto de cartucho metálico, fusil rayado y retrocarga; y paralelamente al fusil, se perfeccionaba la artillería adaptándola a los requerimientos y nuevos descubrimientos de la ingeniería y la ciencia.

En el ambiente de desarrollo tecnológico exponencial de finales del XIX, el ejército carlista pasó de ser un elemento embrionario, a consolidar una eficiente estructura castrense, todo ello en un tiempo notablemente corto y auspiciado por una convergencia de elementos colaterales que le permitió sobrevivir a los primeros embates, para seguidamente apuntalar toda su organización.

De hecho, el autor del libro Estudios de la Guerra Civil en el Norte de 1876 hace la siguiente afirmación en relación con la calidad de tropas y material del ejército carlista a mediados de 1874: “[…] En aquella fecha, deber de imparcialidad es confesarlo, que el ejército (carlista) era tan bueno como el nuestro; […]”.

Si bien es verdad que de forma residual y en los primeros compases de la contienda, una pequeña fracción de voluntarios carlistas se armaron con viejos elementos de avancarga, y que su intendencia fue incapaz de dotar a la mayoría de sus hombres con el fusil de éxito del momento; el Remington; lo cierto es que a ojos de expertos de la época el ejército carlista estaba bien armado. El problema fundamental radicaba en la necesidad y premura que había obligado a la adquisición de lotes de armas, conceptualmente “modernos”, pero que llevaban aparejada dos problemáticas: multiplicidad de bocas de fuego con diferente cartuchería y manifiesta imposibilidad de dar respuesta al rápido consumo de municiones que llevaba implícita el uso del cartucho metálico y la retrocarga.

Cañón de bronce de 12 cm liso, construido ne la fundición de Ugarte. Tomado de "Historia fotográfica
de la última Guerra Carlista"
Por supuesto, el dotarse de artillería “moderna” y eficaz fue un condicionante y necesidad que ocupó tiempo y esfuerzo a la administración carlista. La profesionalidad de la oficialidad adscrita a esta sección quedaba asegurada con la presencia en sus filas de oficiales de carrera provenientes del disuelto por Decreto Real “Cuerpo de Artillería”, dentro de la convulsa situación política que se vivía en 1873.

Al igual que sucedió con las armas de la infantería, la mayoría de elementos de artillería del Ejército Carlista del Norte fueron adquiridos en el extranjero, con fondos de las Diputaciones de las provincias vasco-navarras, donativos de legitimistas franceses, de carlistas de Andalucía y de otras entidades o colectividades; los menos fueron fundidos en Arteaga, primero, y después en Azpeitia, así como tomados al enemigo en el campo de batalla.

Pieza Krupp carlista. Tomada del Estandarte Real
El número de piezas de artillería disponibles por parte del Ejército Carlista en el Norte fue incrementándose a medida que la guerra avanzaba. Citando a Pardo San Gil, en julio de 1873 contaban con 6 cañones y terminando la guerra con un número total que rondaba las 100 piezas. Y de la misma forma que en lo correspondiente al fusil de infantería hablábamos de multiplicidad de bocas de fuego, lo mismo ocurrió en el caso de la artillería, construyendo o llegando a manos carlistas calibres y sistemas de fuego sustancialmente diferentes: desde desfasados cañones lisos de avancarga de 12 cm, hasta algunas piezas rayadas de 8 y 10 cm, un número limitado de piezas del sistema Vavasseur de 7 y 9 cm, cañones Woolwich de 7 cm, elementos Krupp y Plasencia de 8 cm; y destacando por su número y variedad, el sistema Whitworth, con cañones cortos y largos, tanto de avancarga como retrocarga de 4 cm, varias piezas de 7 cm y dos cañones de gran calibre de 13 cm.

La importancia de las piezas del sistema Whitworth dentro del engranaje del Ejército Carlista del Norte viene dado por su elevada representación, constituyendo más del 60% del total de piezas de artillería y ajustándose a la tipología de guerra que se estaba gestando en el ámbito vasco-navarro de carácter móvil y con una dificultad orográfica notable. Este hecho es indicativo de la notable apuesta que realizó el alto mando carlista por estos cañones y que a decir de Juan Calvo, les permitió obtener en los primeros compases de la guerra una importante ventaja respecto al ejército liberal.

Por lo tanto, si hay un cañón que se pueda considerar como “típicamente carlista”, éste es el Whitworth, cuya complicada grafía hace que aparezca reflejado en la bibliografía con todas las combinaciones posibles de sus distintas “w”, “t” y “h”, así como con otras castellanizaciones de sus fonemas más elaboradas y curiosas.

Origen de los “Whitworth”

Joseph Whitworth.
Tomado del Owens College Archive
Joseph Whitworth (1803-1887) fue un afamado ingeniero inglés, especialmente comprometido con las características de “exactitud y precisión”. En 1833 ya poseía en Manchester su propia fábrica de máquina-herramienta con una clara línea de trabajo en la búsqueda de la estandarización de componentes y fabricación automatizada industrial. En 1851 sus máquinas eran sinónimo de “calidad y precisión”, con ingenios que permitían el corte, tallado, taladrado, ranurado, torneado o cepillado con una exactitud no conocida hasta el momento.

Con el comienzo de la guerra de Crimea en 1853, Whitworth comenzó a trabajar en el desarrollo de armamento que solucionase las deficiencias que el armamento del momento presentaba: notable imprecisión y bajo alcance de los proyectiles.
Comparativa de una bala Whitworth
con una bala "tradicional"

Un año después, ya había patentado un sistema donde el proyectil salía del arma girando sobre sí mismo gracias a su desplazamiento a través de un tubo que presentaba la particularidad de presentar una sección hexagonal y donde sus aristas seguían un trazado helicoidal. Su bala, con una forma de “columna salomónica” se ajustaba perfectamente a este tipo de ánima, ya que la misma estaba fabricada en una forma hexagonal-helicoidal, permitiéndola adquirir el deseado movimiento giroscópico que estabilizaba su vuelo, mejoraba su precisión y aumentaba su alcance. 

Rifle Whitworth. Tomado del blog:
Curiosas Armas
El resultado fue un rifle y una munición de lo más llamativa, cuya acción combinada resultaba letal a gran distancia. The Times informaba en 1857 que en las pruebas oficiales para el ejército británico "el rifle de Whitworth sobresalió sobre el Enfield hasta un grado que casi no deja espacio para la comparación". Sin embargo, la dificultad de su construcción y su “extraña” munición lastraba su adopción sistemática. Finalmente a las evidentes ventajas balísticas se impuso el factor económico y el ejército británico rechazó el arma apostando por el Martini-Henry. 

A pesar de este revés, Whitworth mantuvo su línea de investigación no tardando en aumentar la escala de trabajo, pasando del rifle a la artillería. Mismo concepto, mayor tamaño, con un resultado igual de efectivo: Artillería eficiente y precisa a larga distancia que superaba con creces las propuestas del momento. Jose Castro y Serrano (1829 – 1896) visitó la Exposición Universal de Londres en 1862, describiendo con estas palabras el sistema patentado por Whitworth para la artillería: “[…] ese hombre ha inventado o mejor decir perfeccionado, el mejor cañón de todos los cañones: Su alcance es prodigioso, su fuerza colosal, su condición destructora increíble: no adolece de los defectos del cañón Armstrong en cuanto a la contingencia de reventarse; su mecanismo de construcción es más sencillo, sus pruebas responde todas a los ofrecimientos del autor”. Sin embargo, y a pesar de la admiración que en términos científicos causaba el arma, el ejército ingles no lo encontraba tan práctico; y al igual que sucedió con su rifle, Whitworth obtuvo el mismo rechazo.

Galardonado cañón Whitworth exhibido en la Exposición Universal de Londres
en 1862.
Pero no todos los gobiernos y ejércitos fueron tan reacios a las propuestas del ingeniero inglés, por lo que, ya fuera por necesidad o por creencia firme en las bondades del sistema, fueron varios los que llamaron a su puerta para proceder a la compra de este tipo de armamento. Según cita Juan Calvo, Brasil fue uno de los países especialmente interesados: “[…] durante mucho tiempo ha sido el mayor y casi único cliente de la fábrica, empleando sus piezas en la artillería de campaña y, sobre todo, para la marina, pues apenas había barco brasileño que no llevara cañones Whitworth, y puede decirse que es el país que ha sostenido la fabricación de estas piezas durante mucho tiempo”.

Cañón Whitworth confederado. Tomado de Civilwarartillery
También en la Guerra de Secesión Norteaméricana (1861 – 1865) las tropas confederadas adquirieron algunos lotes de este tipo de fusil (unos 200) siendo distribuidas entre sus tiradores de élite, formando con ellos letales unidades de francotiradores. También llegaron a manos confederadas algunas piezas de artillería (unas 50), destacando por ser elementos de retrocarga, largo alcance y precisión excepcional. 

En una época donde los avances tecnológicos militares se sucedían en un corto espacio de tiempo, los Whitworth, ya fueran rifles o cañones, aún siendo notablemente eficaces, no tardaron en verse relegados a un segundo plano. La respuesta a la problemática de alcance y exactitud del disparo se alejaba del ánima poliédrica para seguir perfeccionando el sistema de rayado. A pesar de ello y según se detalla en la web de la Sociedad Whitworth, Joseph Whitworth realizó una notable contribución al desarrollo de la industrialización y la ingeniería mecánica, con una dilatada lista de logros, premios y condecoraciones, entre las que se encuentra… una medalla real de Carlos VII que le fue entregada en 1874.

Adquisición, Contrabando, Pleitos y “Whitworth” de Fabricación Propia

La adquisición de material bélico en el extranjero además de los recursos financieros requería de un enorme trabajo logístico, donde el juego de relaciones diplomáticas iba parejo a los procesos de espionaje y contraespionaje. Inglaterra, al igual que otras potencias europeas, permanecía en estado de supuesta neutralidad, con simpatizantes en ambos bandos, aceptando delegaciones y representantes de liberales y carlistas, tomando buena nota de las airadas protestas que desde el gobierno liberal llegaban, pero permitiendo (siempre dentro de su legalidad) actividades y negocios carlistas que lucraban sus arcas; además de colaborar en labores humanitarias, a la par que se enviaban representantes militares para estudiar el desarrollo y tácticas utilizadas en la guerra.

Julian Garcia Gutierrez se identifica con el Nº7. Tomado del
blog de Juantxu Egaña.
Desde marzo de 1873 se encontraba en Londres ejerciendo como representante oficial militar y presidente del Comité Carlista, el General Edward Kirkpatrick de Closeburn, un aristócrata y aventurero de origen escoces emparentado con la realeza europea y que había participado en la Guerra de Secesión Norteamericana. Kirkpatrick, entre otras labores, tenía el objetivo de recaudar fondos y facilitar todo lo referente a la compra y traslado de material bélico para equipar al ejército carlista. En esas mismas fechas, y según indica Brea, tras la disolución del Cuerpo de Artillería que llevó a numerosos oficiales a pasarse al bando carlista, el por entonces teniente de artillería Julian Garcia Guitierrez se desplazó a Inglaterra con la misión de estudiar los diversos sistemas de bocas de fuego que se adaptasen a las condiciones de la clase guerra que se esperaba y que fueran asequibles para las arcas carlistas. Garcia Gutierrez regresó “eligiendo los cañones de acero de Whitworth, rayados poligonales, se procuró planos, escribió una memoria descriptiva de su construcción y manejo, dejando elegida un batería de 4 piezas de montaña de 4 centímetros, cortos, a cargar por la boca y el ánima y proyectil hexagonal”. Idéntica actividad realizó el sevillano teniente coronel de artillería Juan María Maestre y Lobo, que tras su viaje retornó con planos, apuntes y memorias, esta vez de cañones del sistema Vavasseur, y la selección de seis cañones de este sistema para servir una batería montada.

Tirso Olazabal Arbelaiz. Fondos del
Archivo Zabala
En noviembre de 1873, ambas baterías Whitworth y Vavasseur, fueron embarcadas en el bergantín Malfilatre que proveniente de Francia llevaba ya en su bodega diferentes lotes de armas adquiridos por el aristócrata Tirso Olazabal y el antiguo oficial de marina Bernado G. Verdugo; aguardando en el puerto de Newport para una vez finalizado todo el “papeleo”, continuar su singladura. Guardando las formalidades debidas y de cara a la burocracia inglesa, el destino “oficial” del barco carlista y su preciado cargamento era Grecia. Sin embargo y a pesar del aparente sigilo con el que se había realizado todas las transacciones, un agente doble, que servía tanto a los carlistas como a los liberales, un individuo que Pirala identifica como Sr. Palmer, puso en comunicación de la embajada liberal en Londres la presencia de este buque, su verdadero destino y los materiales que albergaba en su bodega. A instancias de la delegación liberal se urdió un plan consistente en hacer pasar al Sr. Palmer por dueño del buque y cargamento, falsificando los correspondientes papeles de compraventa. 

En cuanto Tirso Olazabal tuvo noticias de la fraudulenta transacción se dirigió rápidamente a Londres. Tanto Olazabal como Verdugo se presentaron en los tribunales ingleses como dueños del cargamento y barco, “entablándose dos litigios contra el falso comprador Sr. Palmer, que ya había revendido los efectos de guerra a una casa de comercio inglesa”. El comienzo del proceso judicial supuso que el cargamento y barco quedase retenido hasta que finalizará el pleito, algo que afectaba notablemente a los intereses carlistas, empeñado ya su ejército en el comienzo de las hostilidades contra Bilbao.

Los rumores sobre el embargo de “bienes carlistas” no tardaron en extenderse y según apunta Brea: “La opinión pública (carlista) acusó entre otros al General Cabrera, quien llamándose todavía carlista se hallaba enterado al pormenor de todos cuantos pasos daba el carlismo para la adquisición en Londres de armas, proyectiles y cañones. También se acusó á un inglés que, defraudado en sus esperanzas de lucro por una junta de artilleros, había visto desechados unos cohetes que presentó, y que dieron mal resultado en las pruebas, á más de ser excesivamente caros”. También algunas de las Diputaciones carlistas, especialmente aquellas que ya habían destinado importantes cantidades de dinero a la compra de artillería en el extranjero, como la de Bizkaia, encontraban en este nuevo contratiempo la justificación para impulsar la propia fabricación de artillería en los talleres de Arteaga. Según transcribe Pirala en una carta firmada por Lorenzo Mascarua de la Junta de Gobierno de Bizkaia: “[…] se le remitieron también como consta de recibo, cuyas cantidades reunidas suman 90.000 reales, con los que cree quedan bien pagados loa dichosos cañoncitos, que entre paréntesis, no se han recibido aún, y ya son innecesarios, porque en consideración á su tardanza, esta diputación, apremiada de la necesidad, se decidió á montar, y á Dios gracias funciona satisfactoriamente, una buena fábrica de cañones que nos ha proporcionado cinco, al parecer muy buenos, y que dentro de poco nos proporcionará cuantos necesitemos, […]”.

Cañón de broce de rayado poligonal sistema Whitworth, construido en
la fundición y maestranza de Ugarte (Bizkaia). Tomado de "Historia fotográfica
de la última Guerra Carlista"
Y efectivamente, Brea describe, se fundieron en Arteaga (Fundición de Ugarte) hasta 4 cañones “de montaña, de rayado poligonal”, intentando emular a los Whitworth. Pero su uso fue bastante efímero, porque tras ser probados en batalla durante la toma de Portugalete en diciembre de 1873, se consideró que no eran fiables y tras la toma de la villa de la margen izquierda del Nervión, “Recompúsose, pues, todo el material, montajes y efectos que tanto habían sufrido en Portugalete; refundiéronse los cañones poligonales que no habían dado buenos resultados”.

Mientras, Olazabal y Verdugo seguían enfrascados el proceso judicial teniendo que hacer frente a la burocracia de Inglaterra, así como a la presencia de otros delegados carlistas que habían sido enviados para agilizar y/o ayudar en el proceso: Vicente Alcala del Olmo, en primera estancia y Pablo Laborde después. A decir de Olazabal y Verdugo, la presencia de ambos fue más molesta que ventajosa para los intereses carlistas. Olazabal no dudó en remitir una carta fechada en Londres el 15 de enero de 1874 donde indicaba lo siguiente respecto a la presencia de Vicente Alcala en Londres: “[…] no estaba en antecedentes de la compra, […] no está enterado de las leyes inglesas, ni habla este idioma, ni pueden ver en él nuestros abogados y procuradores, sino un fiscal que se manda aquí en mengua de nuestro decoro”. Por su parte el 12 de junio de 1874 se remite otra carta a la Junta Carlista esta vez firmada por Verdugo: “El Sr Laborde se va y su venida no ha modificado el asunto en lo más mínimo, ni lo modificará. Va a decirle a S.M el Rey que aquí se ha hecho cuanto humanamente ha sido posible, según parecer peritos imparciales”.

A pesar de todo, la vía judicial benefició a los intereses carlistas, con un escándalo mediático que se incrementaba a medida que transcendía a la opinión publica inglesa detalles de la trama urdida por la embajada liberal. Poco o nada pesaba el hecho que todos conocieran el destino real de las armas, el caso es que el pleito estaba minando el crédito internacional del gobierno liberal, así como sus arcas, por lo que para atajar males mayores, finalmente se avinieron a un convenio. La embajada liberal aceptó pactar con los carlistas abonándoles el barco y el cargamento, con la esperanza que las armas nunca llegaran a su destino; pero Olazabal, en una magistral jugada final, puso un precio mayor al conjunto del que había realmente había salido de los bolsillos carlistas obteniendo, según indica Francisco Hernando, un beneficio adicional de 20.000 duros.

Con todo este dinero, esta vez proveniente de las mismísimas arcas liberales, Olazabal no tardó en reorganizar todo el proceso de compra del material bélico, adquiriendo un vapor, el Notre-Dame de Fourviers, al que se le rebautizó como London, llenando de nuevo sus bodegas, por segunda vez, con la ansiada artillería y un gran número de rifles y municiones. 

Desembarco de armas en la costa de Bizkaia. Tomado de
Album Siglo XIX
Esta vez el London partió sin contratiempos. Según indica Pardo San Gil, al mando de un capitán norteamericano de apellido Jefferson y con la ayuda de 4 expertos pilotos vizcaínos, arribó a Bermeo el 9 de julio de 1874 con 27 cañones en sus bodegas, entre ellos los ambicionados Whitworth, así como piezas del sistema Vavasseur, Woolwich. Estas piezas se sumaron a las ya construidas en la fábricas de Arteaga a las tomadas al enemigo y a las 4 piezas Whitworth que según se indica Pirala, un mes antes habían conseguido hacer cruzar por la frontera camuflados en una columnas de plomo, como si fueran objetos de adorno.

Será a partir de este primer gran desembarco de cañones, cuando el Cuerpo de Artillería Carlista del Norte tenga suficiente entidad como para organizar sus baterías, procediéndose a su centralización como cuerpo no dependiente de las diputaciones forales provinciales. A decir de Pirala: “[…] la artillería se empezó a organizar perfectamente, teniendo para montaña los cañones ligeros y de gran alcance de Whitworth de a cuatro, que aunque no tan excelentes como los Plasencia, eran buenos; y para batalla y sitio los Woolwich de a ocho y los Vavasseur de a siete. […]”. Brea nos cuenta que se formaron tres baterías montadas (donde el material es arrastrado por carruajes por tiros de caballos o mulas), una de “a caballo” (igual que la montada pero los artilleros viajan montados sobre caballos), y dos de montaña (piezas ligeras que se desarman y sus partes se distribuyen en cargas sobre mulos), estos últimos dotadas de Whitworth de "a 4" , que “[…] en la práctica dieron buenos resultados de precisión, facilidad de transporte y de manejo, que con el tiempo llegaron a formar seis baterías (de montaña) de otros tantos cañones cada una”.
  • 1ª Montada:  6 piezas Vasasseur al mando de D. Antonio Brea, primero, y después D. Rodrigo Vélez.
  • 2ª Montada: 6 piezas Krupp al mando de D. Manuel Fernández Prada, primero, y después D. Atilano Fernández Negrete
  • 3ª Montada: 8 piezas Woolvich al mando de D. Feancisco Javier Rodríguez Vera, primero, y después don Germán García Pimentel.
  • 4º A caballo: 4 piezas Withworth al mando de D. Leopoldo Ibarra, primero, y después D. Julián García Gutiérrez
  • Montaña:
  •     1ª D. Alejandro Reyero
  •     2ª D. Rodrigo Vélez, primero, y después D. Luis Ibarra
  •     3ª D. Marcelino Ortiz de Zarate
  •     4ª D. Joaquín Llorens
  •     5ª D. Miguel Ortigosa
  •     6ª D. José Fernández de Córdoba
De igual forma se organizaron los servicios industriales para dar respuesta a las demandas de la artillería. En Vera se habilitó una fábrica para la fundición de proyectiles, con la labor de construir munición de hasta 10 calibres diferentes. En Azpeitia, y en detrimento de Arteaga, se centralizó la fundición de cañones, construcción de carruajes, montajes, espoletas y pólvora, mientras que la fábrica de Bacaicoa fue destinada a la construcción y arreglo de los bastes y material de piezas de montaña.

Tampoco faltaron academias militares para nutrir de oficiales instruidos a los cuerpos de ingeniería y artillería. En un principio en Azpeitia se estableció la Academia Militar de Artillería de Campaña y en Bergara la de Ingenieros, pero el 1 de septiembre de 1875 se aprobaba el decreto por el que se procedía a crear un “Establecimiento de instrucción, que se denominará Academia Militar Facultativa para Artillería é Ingenieros, que residirá por ahora en Vergara”. Esta academia y según consta en el diario El Cuartel Real, contaba con un elaborado y riguroso programa de materias de enseñanza que incluía: geometría, trigonometría, álgebra, cálculo diferencial, cálculo integral, física, química, mecánica, fortificación de campaña, arte militar,... así como 60 lecciones de fundamentos de religión.

Los Whitworth en la última Guerra Carlista

Los Whitworth de procedencia inglesa vertebraran la artillería carlista, llegando en sucesivos desembarcos más piezas de "a 4" , de "a 7" y dos grandes cañones de 13 cm hasta completar un total de 60 o 70 bocas de fuego de este sistema (en función del autor); destacando por su número y variedad tipológica los llamados de “montaña” de “a 4”, tanto “cortos” de 1.090 mm de longitud y 75 Kg de peso, como “largos” de 1.2850 mm y 142,9 Kg de peso (Datos aportados por Juan Calvo).

Gracias a la colaboración de un compañero de Nebraska (Estados Unidos), se ha conseguido al relación de piezas de artillería de este sistema recogido en el libro Historia de la artillería española de Jorge Vigon. El propio autor establece que se trata de "un inventario que parece merecer crédito", donde se recogen los siguientes números de bocas de fuego para los Whitworth carlistas:

  • 40 Whitworth de montaña, a cargar por la boca, de 4,5 cm
  • 18 Whitworth de montaña a cargar por la boca de 7,6 cm
  • 2 Whitworth de posición de 13 cm
  • 6 Whitworth de batalla a cargar por la recamara de 4,5 cm

Lo cierto es que la llegada de esta tecnología y especialmente la de los pequeños y manejables cañones de “a 4” a manos carlistas provocó en un primer momento una cierta hilaridad entre el ejército liberal, o al menos entre la prensa afín: “[…] burlábanse los enemigos del poco calibre de los Whitworths, llamando pepinillos a las pequeñas granadas que lanzaban […]”. Y razón estética no faltaba para denominar jocosamente a la munición que utilizaba el Whitworth, aunque pronto comprobaron la efectividad, precisión y fuerza de sus disparos. Esa misma pequeña granada, de unos 13,6 cm de alto y 4,5 cm de anchura, era capaz de “atravesar un tabique de 7 centímetros de espesor” a decir de Saturnino Gimenez, creando en su explosión una lluvia de fragmentos que se esparcía en 25 o 30 metros. Indudablemente los “pepinos” de “a 7”, poseían mayor capacidad destructora con sus 23,5 cm de altura y 7,5 cm de ancho.

Cañón Whitworth carlista de retrocarga.
Tomado de Album Siglo XIX
La prensa liberal, si bien definían a los Whitworth como buenos cañones, no dudaban en incluir alguna deficiencia de los mismos o de sus proyectiles en sus crónicas periodísticas. En el número el 8 de abril de 1875 de la Ilustración Española y Americana, se reflejaba con detalle un cañón Whitworth carlista, cuyo texto e ilustración fue posteriormente reutilizado, y conveniente modificado, años después en la revista carlista el Estandarte Real. La ilustración a detalle que acompañaba el texto, mostraba un Whitworth largo de montaña y retrocarga: “Gran número de piezas que componían la artillería carlista en el Norte eran del sistema Whitworth […]. La sección del ánima de este cañón figura un hexágono, cuyo desarrollo longitudinal es hueco y espiral. Se carga por la recámara, es de sencilla construcción y se maneja muy fácilmente. La culata se cierra con un ajuste solido que lleva un tornillo interior al cual se le da movimiento con el torniquete que se ve en la figura. […] el proyectil puede recorrer un trayecto de 7 u 8 kilómetros. La detonación no es fuerte; un hombre basta para el manejo de la pieza y no hay que hacer uso del escobillón”. Añadía el diario liberal: “Sin embargo, la artillería Whitworth es casi inútil en las filas carlistas pues parece probado que apenas revientan los proyectiles en la proporción del 2 por 100”.

De forma similar retrataba el corresponsal Peris Mencheta a los granadas Whitworth, donde en una de sus crónicas comentaba: “[...] son muy pocos los ‘pepinillos’ que revientan, por cuyo motivo son de escaso provecho para el enemigo los fuegos de los cañoncitos Winwor (sic)”.

Cañón Whitworth de "a 4" de avancarga. Fondos del museo
militar del castillo de Montjuit
También en una crónica aparecida en el Pabellón Nacional del 7 de abril 1875, encontramos lo siguiente: “Y por cierto que no me cansaba de admirar el poderoso alcance de los proyectiles enemigos. Nuestros artilleros tiraban con el alza correspondiente á 2.800 metros de distancia y con cañones de á 10, mientras que los carlistas usan "el canon Witowithe (sic), que por sus exiguas proporciones ha sido bautizados por los mismos carlistas con el nombre de lavativas. Sin embargo, el alcance de estas lavativas no es inferior al de nuestros rayados de bronce con cierre de acero y calibre de 10 centímetros. Tal resultado lo obtiene el enemigo sino á costa de grandes pérdidas. Para que el pepinillo recorra una distancia de, cuatro y aun de cinco kilómetros, como se ha dado algún ejemplo, preciso es emplear una carga de pólvora desproporcionada, lo cual produce grandes y violentos retrocesos que inutilizan las cureñas á cada momento. Esto lo he oído confirmar á los mismos presentados que han visto bajar con frecuencia cureñas rotas que arreglan de cualquier manera en Mañeru”.

Por su parte, y como no podía ser de otra forma, la prensa carlista alabó a los cañones Whitworth, haciendo especial referencia a su largo alcance. En el diario propagandístico El Cuartel Real se suceden varias noticias de este tipo:

10 de noviembre de 1874 y en relación con el bombardeo al que los carlistas estaban sometiendo a la población de Irun, el diario comenta: “Nuestras granadas entraban por los muros de las casas «como el hilo por la aguja,» y hasta las piedras de sillería eran atravesadas con asombro general. Dos y tres paredes, y además numerosos tabiques, eran taladrados por un solo proyectil, como si hubieran sido de esparto”

20 de abril de 1875: “El corresponsal que tiene El Imparcial en el ejército enemigo del Norte confiesa que nuestros cañones Whitworth, de montaña, tienen un alcance asombroso, al cual no llegan con mucho los cacareados Plasencia. Y, en efecto, es tan exacto, que hace pocos días desde la Virgen del Puyo de Estella lanzaron nuestros artilleros algunas granadas con aquellos cañones por encima del alto de San Cristóbal. Los que conozcan el terreno apreciarán lo extraordinario del alcance. A los que no, básteles decir que con esas piezas se pone al proyectil á siete kilómetros de distancia”.

Pieza Whitworth de "a 7", avancarga. Museo de artillería de
Cartagena
29 de abril de 1875: “Los jefes y oficiales de la artillería enemiga están admirados del alcance que tienen nuestros cañones Whitworth. Un proyectil de estos pasó rozando la chimenea del vapor Guipuzcoano, que se hallaba en la ría de Orio y á una distancia, según cálculo de aquellos, de 6.000 metros de nuestra batería. Suponemos que ya no seguirá El Imparcial burlándose del fuego de nuestros cañones, como hace poco”.

26 de septiembre de 1875: “El día 22, ó sea ayer, rompió fuego bastante vivo de cañón á cosa de las once de la mañana desde la misma altura de San Miguel, siendo contestado vigorosamente por el de nuestros cañones, cuyo alcance se ha visto una vez más que supera con mucho al Krupp y Plasencia que gasta el enemigo. Es, en verdad, pasmoso el alcance de nuestros cañones. Seis piezas de montaña (Whitworth) se habían colocado en La Peña Orbaliza, y el enemigo tenía sus cañones Krupp y Plasencia en la de San Miguel, próximamente á igual altura. Ninguna granada enemiga ha llegado hasta nuestra batería, y las nuestras, no solo llegaban hasta la suya, sino que, pasando por encima, llegaban algunas hasta Rio, pueblo situado á legua y cuarto de dicha Peña de San Migue!, algo más de media legua en línea recta. Aunque parece imposible, es completamente cierto”.

Al igual que en otras ocasiones, la descripción más imparcial que tenemos del funcionamiento de los Whitworth en el ejército carlista se la debemos a Henry Knollys (1840-1930), oficial de artillería de la armada británica que visitó en calidad de observador imparcial. Según indica en su libro The Elements of Field Artillery: Designed for the Use of Infantry and Cavalry Officers de 1877 los pequeños cañones Whitworth de "a 4", eran ideales para la guerra en la montañas. Pesaban 150 libras (70 kg), pudiéndose ser fácilmente trasportado por mula, y efectivos a 7.400 yardas (6,8 km). Sin embargo, indicaba que las bondades de esta artillería en materia de alcance no podía ser correctamente aprovechada por los carlistas, ya que “invariablemente permitían a sus oponentes acercarse a unas 2000 yardas (1,8 km) antes de abrir fuego, dado que la munición en el ejército de Don Carlos era escasa y de gran valor”

Batería "a caballo" 4º Montada del Ejército del Norte Carlista, fotografiada en Aberin, cerca de Estella hacia 1874.
Tomado del blog de Juantxu Egaña.
Knollys, fue testigo directo del funcionamiento de una de estas baterías de montaña en una visita a los puestos de avanzada: “[...] obtuve permiso para examinar un campo de batería carlista más en detalle […]. Las armas de fuego, en número de seis, tenían en la recámara el grabado -'Joseph Whitworth, Manchester, 1874, Patente, C.VII'. [Carlos VII.]”. El oficial ingles describía esta batería como “ejemplos de la guerra moderna”: elementos de retrocarga de bajo calibre, proyectiles de hierro, hexagonales, alargados, con un peso de unos 6 libras (2,7 Kg); “El alcance máximo se dice que es casi de 7400 yardas (6,8 Km) […]. Además, debido a las posiciones muy elevadas por encima del plano de sitio desde el que se disparan estas armas, sus proyectiles a veces alcanzan distancias excepcionales.

En teoría, la espoleta de tiempo está en uso por parte de los carlistas; pero en la práctica, se restringen por completo al uso de la espoleta de percusión, de patrón simple y eficaz, sin el elaborado ingenio de las nuestras. Los oficiales de artillería de Don Carlos confían en sus Whitworths, y de los dos sistemas (avancarga o retrocarga) prefieren la retrocarga. 

En cuanto al despilfarro de munición de artillería, los carlistas a diferencia de los Alfonsinos, son lo suficientemente razonables para reconocer la locura usar artillería sobre caminantes individuales. La práctica amarga a los campesinos, e incluso si tienen éxito en la voladura de una cabeza de vez en cuando, ¿cómo puede esto afectar a los resultados de la guerra?”.

A decir de Knollys cada pieza estaba servida por 6 hombres y continuaba con la descripción de otros elementos de la batería criticando algunos de los componentes añadidos al cañón, como el tornillo de elevación o las alzas de puntería…, que consideraba como elementos “de lo más primitivos”; y alababa las cureñas, que “combinaban ligereza con resistencia”. También tomó nota de otros componentes como el armón, del sistema de transporte basado en mulas y no dudo en dar su propia opinión sobre “la falta de éxito del ejército carlista”, que resumía en lo siguiente: “En primer lugar, me imagino, porque no hay un general de capacidad suficiente como para tomar la iniciativa; mientras que entre los existentes jefes, la incompetencia, los celos mezquinos, y el doble juego reinan. En segundo lugar, porque los oficiales son inferiores a sus hombres. En tercer lugar, porque Don Carlos se ve obstaculizado a un máximo grado por la falta de fondos - como consecuencia, su artillería se ve mermada, y su posibilidad de asumir la ofensiva en los momentos críticos, fatalmente restringida".

Corbeta Consuelo. Tomado de Todoavante
Según Knollys, la carestía de munición en el bando carlista restaba puntos, no sólo a su posibilidad de victoria, sino que anulaba parcialmente una de las características destacadas de los Whitworth: su largo alcance.

A pesar de ello esté elemento fue exitosamente explotado por los carlistas en los combates tierra-mar contra los buques poco blindados de la armada liberal. Así, en el diario La Época del 23 de mayo de 1875 se describe el intercambio de fuego que tuvo lugar el 13 de ese mismo mes frente a la población de Guetaria, entre las corbetas Africa y Consuelo, los cañoneros Gaditano, Segura y Nieves y las fuerzas carlistas fortificadas y atrincheradas en las alturas que dominaban la villa. Según se describe en el periódico liberal, entre las once y media de la mañana y las siete de la tarde se realizó un intercambio notable de fuego de artillería: “[…] provistos esta vez los facciones de artillería Whitworth, de mucho alcance, y con la ventaja manifiesta del que desde un punto elevado y fortificado hace fuego sobre objetivos tan marcados como son los buques, pudieron causar a estos algunas averías, especialmente a la “Consuelo”, cuyos costados atravesó una granada bajo la línea de flotación, haciéndole abandonar por algunos instante la línea de combate […]. En la corbeta Africa penetraron cinco granadas que causaron cinco bajas, destrozó una el castillo, otra el cabestrante, otra el camarote del médico y otra la cámara del comándate, donde se hizo pedazos todo el mobiliario. La Consuelo tuvo también cinco heridos, dos de ellos muy graves, […]. La escampavía Guipuzconana recibió una granada que sin reventar, le llevo gran parte de la borda, causándole un herido. […] el alcance de los cañones carlistas era de 6.000 metros, y así se comprende cómo pudieron causar tanto daño en nuestras embarcaciones y poner a Guetaria en situación verdaderamente crítica”.

El Final de los Whitworth Carlistas

Cañón Whitworth de montaña "Notre Dame de Lourdes"
tomado a los carlistas cerca de Legutiano.  Album Siglo XIX
Con la llegada de la “deshecha” del Ejército Carlista de Norte las piezas de artillería más móviles se fueron retirando hacia el norte de Navarra, hostigadas en todo momento por la abrumadora presencia de tropas liberales. Algunos Whitworth siguieron disparando, pero esta vez para saludar al nuevo rey, Alfonso XII, que marchaba triunfalmente en los terrenos conquistados: “Detúvose la comitiva, y Su Majestad, acompañado del Estado Mayor y Escuadrón Real, escaló la formidable posición de Montejurra, que saludó la visita del monarca con salvas disparadas por cañones Whitworth cogidos a los carlistas”

También causó sensación la captura de los dos grandes Whitworth de 13 cm. Según se recoge en el Boletín de Comercio del 1 de marzo de 1876: “Gran número de curiosos acudió a ver los dos grandes cañones carlistas que procedentes de Ataun llegaron ayer a esta ciudad (San Sebastian). Dichas piezas que fueron adquiridas a un elevado precio por suscripción abierta en el campo carlista con objeto de destruir la ciudad rebelde de San Sebastian, se recibieron en Motrico, procedentes de Inglaterra, hace ya sobre tres meses, y no han llegado a utilizarlas por la falta de carreteras para conducirlas a Medisorrotz o Arrtsain, y principalmente por faltar a una de ellas la cureña, que ha sido construida en Azpeitia. Los cañones son Whitworth de a 15 centímetros (realmente eran 13 cm) cada uno de ellos y pesa tres y media toneladas, y sus proyectiles correspondientes, que tiene casos media vara de longitud, de sesenta a sesenta y cuatro libras cada uno. Cada una de las piezas montadas sobres sus correspondientes cureñas, vino tirada por seis parejas de bueyes”.

Noticia aparecida en el diario
"La Correspondencia" del 4
de marzo de 1876
A medida que la retirada estratégica iba dando paso a una huida desordenada, los servidores de las piezas carlistas las fueron escondiendo o sencillamente, las fueron abandonando; pero curiosamente, no procedieron nunca a su destrucción o inutilización, quedando las mismas intactas. A decir de Reynaldo Brea en la revista el Estandarte Real: “[…] cuando al llegarla hora de la disolución de nuestros batallones, el patriotismo de nuestros jefes les movió á no destruir sus cañones ni entregarlos al extranjero, sino dejar que pudiera utilizarlos España, mientras emigraba el egregio Carlos VII, pronunciando aquellas sencillas palabras que constituyen toda una epopeya de gloriosas esperanzas”.

Son muchas las noticias que recogen la toma de artillería por parte del ejército liberal a medida que avanzaba:

Piezas Whitworth de 13 cm en Cavite
“[…] en un nuevo reconocimiento practicado por las cercanías de Lecumberri, habíanse descubierto 8 cureñas, 6 armones y desenterrado 6 Whitworth de a 4, largos, completando una batería de 6 piezas […]”. “Fuerzas del ejército de la izquierda […] apresaron en Leiza un cañón de grueso calibre, en Zubieta 2 Whitworth  y 10 cajas de granadas […]”. “El general Blanco, cuyas tropas operaban en el Baztan y en Roncesvalles, ocupó Valcárlos y toda la frontera de los Alduides, el día 29, según despacho recibido en Pamplona el 1.° Alcanzó la retaguardia carlista, causándole cuatro muertos y recogió 23 Whitwortb, 2 Plasencia, 18 cajas de granadas, 100,000 cartuchos, 300 fusiles y multitud de efectos de guerra, -todo esparramado por los caminos”.

A decir de los historiadores liberales, fueron contados los cañones que acompañaron a Carlos VII al exilio, incluyendo alguna pieza Plasencia y Whitworth. Por su parte en el diario El Siglo Futuro del 10 de julio de 1876 se indicaba que “Según el estado que a petición del señor conde de Casa Valencia ha facilitado al Ministerio de la Guerra al Senado, referente al número de armas cogidas a los carlistas, que se hayan depositadas en los parques de artillería, ascienden estas a 42.290, de ellas 29.980 fusiles y 12.302 carabinas. El número de cañones consiste en 49 del sistema Whitworth, […]”. Es decir, se recuperaron prácticamente la totalidad de los Whitworth carlistas.

Baterías Plasencia y Whitworth en Lintukan. Tomado de
Catalogación de Armas
La finalización de la guerra civil permitió de nuevo a “Las Españas” del momento redirigir sus escasos medios a la enorme problemática que sus posesiones en Ultramar estaba generando, sufriendo una continua sangría económica, humana y material en los embates de guerras de independencia auspiciadas por potencias que codiciaban la viejas posesiones del agonizante imperio.

En esta etapa de penurias, la artillería tomada a los carlistas resultaba de notable utilidad para tapar las deficiencias materiales del ejército español en las colonias. Según indica Juan Calvo, los Whitworth, que tan buenos resultados habían dado a las fuerzas carlistas, siguieron en servicio siendo enviados a las colonias de ultramar y unos pocos a Las Canarias. Las dos grandes piezas de 13 cm que no habían llegado a ser disparados por los carlistas acabaron en la plaza de Cavite, mientras que las piezas de “a 4” mostraron de nuevo su versatilidad como artillería de montaña, utilizándose con éxito en las campañas de Mindanao (1890-91 y 1894-95) y Luzón (1896-97). 

Proyectil Whitworth
Mientras, las llamativas granadas hexagonales de los Whitworth se convirtieron en un preciado recuerdo de la que se consideraba la última Guerra Civil, incluso antes de finalizar la guerra. Según consta en el diario El Siglo Futuro del 20 de noviembre de 1875: “[…] Conservo casi todos los pedazos del pepino y la espoleta hasta ver si puedo adquirir alguno de los que no revientan, cosa muy difícil por ser pocos estos días y muy buscados. He visto pagar por uno 20 rs., y hay quien ofrece 40 y más”. Con el final de la guerra, muchos de estos proyectiles fueron vaciados y damasquinados con distintos grabados y motivos; convirtiéndose con el devenir de los años en piezas de coleccionista. 

Tras casi 20 años participando en conflictos y viajando por el mundo, los Whitworth que formaron parte de la columna vertebral del ejército carlista quedaron finalmente apartados del servicio. Actualmente todavía se pueden contemplar algunas de estas curiosas piezas en museos militares (Museo de Artillería de Cartagena, Museo Militar del Castillo Montjuic o Museo Regional Militar de Canarias); y a modo de anécdota, en la fachada de la casa 41 de la calle Atzeta en la villa de Hernani (Gipuzkoa), engarzadas todavía en una pared, se pueden contemplar dos granadas Whitworth como elementos tangibles y todavía contextualizados de aquella “romántica” guerra.

Actualización del 05/08/2017: Gracias a la colaboración de un compañero de Nebraska (USA) se ha incluido el inventario de cañones Whitworth adscrito al ejército carlista, recogido por Jorge Vigón en su libro Historia de la artillería española (1947).

Actualización de 22/03/2020: Se elimina el párrafo donde se describía la compra y llegada de una batería Krupp a cargo de Tirso Olazabal. Si bien, es un pasaje que se recoge específicamente en el Estandarte Real en su Nº 25 de abril de 1891, el propio Tirso se encargó de desmentirlo en su libro autobiográfico "Memorias de un contrabandista". La compra de Krupps fue la única empresa en la que no participó, aunque sí facilitó su desembarco. Así, los cañones que sufrieron un periplo que impidió su llegada a tiempo para la Campaña de Somorrostro fueron "12 magníficos Woolwich".